El Efecto Tzolk’in
A pesar del título, no crean que voy a hacerles una reseña de ese juego de mesa llamado Tzolk’in (Dios me libre, vade retro Satanás) sino que voy a hablarles de un fenómeno que a veces nos ocurre cuando jugamos a un juego de mesa (y sospecho que no soy el único al que le pasa).
Para comprender mejor a qué me refiero y entender por qué le he dado ese nombre a dicho fenómeno o efecto, déjenme que les cuente lo que ocurrió una tarde en un taller de la Buhaira cuando me decidí a probar un juego de mesa que me había llamado la atención. Así lo recuerdo yo:
mientras débil y cansado, en pos de un juego
en el taller de la Buhaira, cabeceando, casi dormido,
yo me hallaba, oyóse de súbito los pasos
de alguien sobre los escalones,
“Es —dije musitando— Álamo que trae un juego
buscando a quien quiera jugarlo con él.
Eso es todo, y nada más.»
Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la madera de las fichas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y entonces allí, sentado,
acallando el latido de mi corazón,
volví a repetir: “Es un juego con ruedas mayas
que se mueven como engranajes. Un vistoso tablero,
calaveras azules y muchas fichitas
Eso es todo, y nada más.”
Por fin tras dos horas la partida terminó
y mientras los otros jugadores se
congratulaban del buen rato pasado
yo, con lágrimas en los ojos, al borde
de la locura, tan solo exclamé: “Nunca más.”
Bueno, vale, tal vez he exagerado un poco y la tarde no fue tan tétrica ni digna de Allan Poe, digamos que simplemente Álamo y Chari se dispusieron a jugar a Tzolk’in, un juego de mesa de temática maya, de colocación de trabajadores, y que llamaba mucho la atención por un vistoso tablero formado por varias ruedas entrelazadas como engranajes.
Tenía curiosidad por ese juego de mesa, y cuando anuncié que quería probarlo, mi buen amigo Luis me miró con los ojos muy abiertos y me dijo: “Julián, esto no es para ti”. Como la esposa que le dice al marido “esto no lo puedes comer”, “esto te va a sentar mal”, así me lo dijo. Y como el marido rebelde y dolido, hice caso omiso y me senté para jugar. Y como la esposa siempre… Luis tuvo razón.
No voy a decir que el juego sea malo. Porque no lo es. Y entiendo que haya gente que lo disfrute. Pero cada juego de mesa tiene su público, cada jugador tiene sus gustos y una mala tarde la tiene cualquiera ¿te da cuen?.

Yo con el Tzolk’in, no puedor, no puedor…
Aquél no era mi juego y sufrí muchísimo, me pareció muy tedioso el tener que estar pendiente de tantas cosas a la vez y que la partida se prolongara tanto, hizo que las dos horas me parecieran veinte y me dejó en un estado mental deplorable, más por la sensación de haber perdido toda una tarde lúdica en la que podía haber disfrutado jugando a otros dos o tres juegos que por el esfuerzo neuronal que me supuso el juego.
No era la primera vez que experimentaba semejante sensación… Recuerdo otro día en el que me metí -¡ay mísero de mí, ay infelice!- en una interminable partida de Galáctica (expansión incluida) donde a mí me daba igual quién era un cylon o no, yo solo quería que me pegaran un tiro y terminara aquello cuanto antes.
Pero la posterior experiencia del Tzolk’in me hizo reflexionar en ello y deducir que cada uno tiene una especie de línea roja, de listón, de forma que los juegos de mesa por encima de ese listón o marca, claramente no son apropiados para él, y que, por el contrario, los juegos por debajo de ese límite, muy probablemente sí sean de su agrado.
Huelga decir, que ese límite, al igual que el ojete, es muy personal y de cada uno y no tiene por qué haber dos personas con el mismo, faltaría más.
Lo que se supone que mediría esa línea no es solo la dificultad del juego, sino un compendio de complejidad, duración de la partida y esfuerzo de atención requerido al jugar el juego. Más o menos lo que solemos definir como la “dureza” de un juego de mesa cuando decimos si un juego es durillo o no.
Y no, mi línea no la marca el Tzolk’in (ese juego está claramente por encima), así que me dispuse a pensar qué juego de mesa podría servirme como baremo (linea divisoria), y poco después de aquella experiencia lo encontré: La Villa.
La Villa es un juego de mesa estupendo, con el que disfruté jugando, pero con el que sentía que estaba… ahí, ahí… en el límite. Me gustó, pero tenía la sensación de que un poquito más complejo o enrevesado y me habría provocado… un “efecto Tzolk’in”.
Estoy seguro de que cada uno tiene su “línea”. Puede que para unos sea un Carcassonne o incluso un sencillo Dobble ¿por qué no? Puede que otros tengan, en cambio, su línea en un Stone Age, en un Alta Tensión, en un Through the Ages o, los más atrevidos y machotes, en un Rapidcroco, quién sabe…
Pero seguro que todos tenemos un juego que podríamos usar como “nivel”, como frontera, para determinar si otro, comparando su dureza con aquel es soportable para nosotros. Yo, ahora, cuando me hablan de un juego de mesa nuevo suelo preguntar: “Pero ¿dirías que es más durillo o menos que La Villa?”. Si dicen que menos, las probabilidades de que me guste es alta (hay más factores, para que me guste o no, por supuesto, esto no es una ciencia exacta, pero sin duda es un indicador aceptable), si me dice que es más o menos equiparable a La Villa, ya sé que está en un límite donde debo ir con cuidado, y si me dice que más, ya sé que mejor me doy media vuelta y me echo un San Juan tan ricamente…
También sé que más de uno de vosotros pensaréis que no tenéis límite, que no tenéis ninguna línea, que no hay juego duro para vosotros… Bueno, machotes, a lo mejor deberíais preguntaros si lo que tenéis es una línea roja, solo que al revés, es decir: puede que haya un juego de mesa que marque el “mínimo” de dureza que debe tener un juego para que os guste y los juegos de mesa por debajo de ese nivel mínimo os parezcan tan simplones y tontos que os produzcan tanto “sufrimiento” jugarlos como a mi jugar a uno por encima de mi nivel máximo. Y entonces ¿cómo llamáis vosotros a ese efecto, inverso al efecto Tzolk’in? 😉
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Muy de acuerdo contigo, a mi me pasa lo mismo. Ciertos niveles de complejidad me rebasan, y por ejemplo el Tzolkin es para mi algo que me supera. En ese caso más que por la complejidad, por el infernal número de sitios y cosas a las que hay que mirar. Creo que para mi es una buena barrera. Por debajo de Tzolkin, seguramente lo entenderé. El nivel Tzolkin me supera. Por encima de Tzolkin… ¡haber elegido muerte!
El efecto contrario creo que no me pasa. No diría que no a un juego por sencillo. Por ejemplo, soy fan de Un Imperio en 8 Minutos o del Augustus, y sencillos son como ellos solos.
En mi caso hay otro efecto importante, el efecto «speed», del Jungle Speed, aunque bien pudiera llamarse el efecto «Blitz», «Dobble» o «Set». Me pone de los nervios tener que actuar con reflejos.
Aaaayyyyy Manoleteeeeee. Si no sabes torear, pa’ que te metes?? xD
Totalmente de acuerdo en que hay juegos y personas que no van a encajar en la vida. En mi caso es con los colaborativos. Algún caso extraño habrá con el que seguro que me lo pasaré bien. Pero bueno, si sufriste con el Tzolk’in, no quiero ni pensar que puede pasar con otros… 😛
Gran entrada! A ver si cuando bajemos en verano nos pegamos una escapaditas a los talleres!
Javi, me comprendes perfectamente, el problema no es la complejidad, si el Tzolk’in bien explicado (y Álamo lo explica bien) no es complejo (bueno excepto quizás lo de las calaveras azules, que nunca llegué a enterarme bien), sino que me agobia tener que estar pendiente de tantas cosas.
Respecto al efecto «Speed» a mí me pasa pero solo con algunos de esos juegos, no con todos. De hecho, me pasa con Jungle Speed, Fantasma Blitz y Diavolo, pero no me pasa con Dobble y Tweegles, por ejemplo.
Ivan, en verano no hay talleres, pero a ver si hacemos una kedada no obstante y nos vemos 🙂
Vaya por Dios 😛
Con lo bien que se juega con 50º a la sombra… y el aire acondicionado
Talleres no hay, pero hay local!!!
Pues habrá que asaltar el local!
Con aprendizaje y experiencia todas las líneas se pueden subir. Incluso suben solas y lo que un momento dado te parecía un horror de repente se convierte en una maravilla.
No te falta razón. Pero yo, en concreto respecto al Tzolk’in… ¡Nunca más!
Sin duda. Yo lo que me planteo en esos casos es si me merece la pena el esfuerzo (para mi heroico). Si no hubiera otra opción, pero habiendo chopocientos juegos con los que puedo disfrutar como un truhán desde el minuto uno, no me quedan ganas para jugar tres partidas al Tzolkin’ hasta enterarme.
Muy buena entrada Julián, la verdad, me he pegado una pechá de reír, sólo con imaginaros a ti y a Luis en medio de esa conversación, por cierto, aún no nos has dicho quien lleva los pantalones, si Luis o tú.
Yo me di cuenta de donde estaba tu listón aquel día que te pusimos a jugar al Jet Set en los talleres de La Ranilla, tras verte la cara después de un par de rondas lo tenía claro, seguro que ya hasta lo habrás borrado de tu memoria 🙂
La verdad es que como dice Javi, juegos hay para aburrirse, y sabiendo lo que te gusta, para qué gastar más tiempo tratando de subir el listón? si aquí de lo que se trata es de pasárselo teta? 😉
Un abrazo, maltratador!
Me uno a las felicitaciones Julian, muy buen aporte y muy muy divertido. Mi listón lo marca el Brass, que lo he sufrido 2 veces la primera como espectador (no me quedo más remedio) y la segunda como jugador… Never more Barrymore.
Que buen artículo. Y el poema adaptado de Poe el amigo de los cuervos ha sido grandioso. No creo tener sufrir el efecto Tzol’kin (por encima) ni el efecto Rapidcroco (por debajo). En su defecto aplico un criterio totalmente subjetivo e inadecuado. Si me invitan a jugar a un juego desconocido, más allá de las mecánicas o la duración, me tiene que entrar por los ojos. Si es feo de narices paso de jugarlo. Y si gasta billetes de papel peor todavía. Se que me pierdo grandes partidas, pero necesito saber que si el juego es un peñazo de tres horas, por lo menos me puedo divertir haciendo castillitos con los tokens de madera 😀
A mi me gustan los juegos complicados, pero no me gustan los juegos que parecen ser una acumulación de mecánicas y conceptos puestos de forma más o menos aleatorias.
El Tzolkin me parece un juego de este tipo. Son muchas cosas a tener en cuenta, pero no veo que encajen entre si de forma lógica. Pongo un ejemplo de un juego opuesto en este sentido, el Agrícola. También es un euro durillo, en el que tienes que tener en cuenta muchas cosas. Pero todo es lógico. Es lógico que para recolectar primero tengas que plantar y que para plantar primero tengas que arar el campo y adquirir semillas. Es lógico que los animales los tengas que tener en cercados y también tiene sentido que para construir cercas necesites madera. Y las distintas mecánicas no dan sensación de estar puestas a lo loco. Estás en una granja, tener una mecánica para sembrar plantas, otra mecánica para cuidar animales y otra para ampliar tu granja tiene sentido.
Es decir, Agricola es un juego que transmite la sensación de que las mecánicas están ahí por una razón, porque encajan en el juego. Tzolkin me da la sensación de que es un juego abstracto al que le han ido metiendo mecánicas y después ya han visto como darle una mínima temática. ¿Necesitamos 6 formas de puntuación? Pues vale, una serán los dioses, otra las tecnologías, otros los recursos, etc. Por poner algo. (No recuerdo el juego, lo digo por si alguien me dice ¡no eran 6 formas de puntuar, eran 4! o algo así 😛 )
En resumen, a mi me gustan los juegos complejos. Pero mientras más complejo sea el juego más necesito que las mecánicas tengan que ver de forma natural con la temática que el juego presenta. Si me da la sensación de que es un abstracto con el tema pegado, pues ya no me gusta. Y eso me pasa con el Tzolkin.
De acuerdo con Ángel. Buen ejemplo el de Agrícola.
Julián, veo que el ejemplo del Agrícola te gustó, lo has puesto igual en el podcast XD XD
Sigo de acuerdo en lo del Tzolk’in.